Son innumerables los esfuerzos hechos por nuestros antecesores de la parte este de la isla para evitar lo ineludible: la ocupación de las huestes boyeristas que se afincaron por 22 años con saña, determinación y abuso de poder con tal de ahogar las voces disidentes ante su plan de unificar la isla.
Con la debacle política actual, que ha generado el desplome de la economía, y a su vez una crisis social y de violencia e inseguridad de las calles que amenaza de nuevo a los vecinos, especialmente a República Dominicana, se pone nuevamente de relieve la vulnerabilidad de nuestra frontera.
El dramático llamado del jefe de la misión de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Haití, Giuseppe Loprete, y las advertencias del jefe de Médicos sin Frontera en Haití, Hassan Issa, acerca de “la inutilidad de las deportaciones de haitianos porque se vuelven al país que los retornó”, en primer lugar, y en segundo término sobre el “colapso del sistema sanitario, que amenaza la salud y que el país sigue hundido en la precariedad y la violencia”, son advertencias preocupantes.
La refriega fronteriza entre dominicanos y haitianos no es nueva, como recoge la Historia. La incapacidad de los haitianos libertarios de echar las bases de un Estado medianamente moderno, capaz de avanzar en el fortalecimiento de sus instituciones, es lo que ha traído estos lodos.
Fueron incontables los alzamientos criollos contra el proyecto de invasión haitiana, ahogados todos en la sangre de sus promotores, que tuvo una de sus últimas expresiones de horror cuando se producía la retirada haitiana por el camino de Santo Domingo-Santiago tras su expulsión del suelo dominicano.
Los ímpetus quisqueyanos centrados en la defensa del territorio tienen una significación histórica invaluable a lo largo del tiempo, tanto por la defensa a la anhelada nacionalidad como por el coraje mostrado por los ciudadanos contra los abusos perpetrados por las tropas invasoras haitianas.
Los habitantes de la parte este de la isla fueron testigos de inenarrables abusos de las tropas haitianas, que no tuvieron miramiento a la hora de cometer sus tropelías, sin importar si las víctimas eran mujeres, niños, ancianos o sacerdotes. Nuestros padres fundadores se enfrentaron a una cultura de violencia, que le viene de sus propias raíces fundacionales.